Buscando la sanación, una historia por vez
El Padre Dave Kelly, C.PP.S. conduce el Precious Blood Ministry of Reconciliation en Chicago. Uno de sus objetivos es permitir que los residentes locales superen el trauma a través de la narración de historias. (Fotos cortesía del Precious Blood Ministry of Reconciliation)
Después de décadas de ministerio en las cárceles, el padre Dave Kelly, C.PP.S. se cansó de sentarse con familias dañadas por la violencia en algunos de los barrios más duros de Chicago. El sistema de justicia penal nunca parecía traer mucha paz a las familias heridas por la violencia, y parecía infligir su propio dolor a los presos y sus familias. En 2002, su comunidad religiosa fundó el Precious Blood Ministry of Reconciliation con un objetivo de justicia restaurativa, que pone énfasis en ayudar a las personas a sanar de los traumas. VISION ofrece una versión condensada de las reflexiones de Kelly sobre su ministerio, extraídas de una charla que dio en 2020 en la National Religious Vocation Conference (Conferencia Nacional de Vocaciones Religiosas).
PERMÍTANME CONTAR UN CASO que surgió cuando yo era párroco en el área sur de Chicago y también realizaba ministerio en la cárcel. Alberto era un joven que participaba en el programa extraescolar de nuestra parroquia. Venía todos los días, y a menudo subía por la escalera trasera, donde estaba mi oficina, para poder sentarse allí y contar los sucesos del día hasta que yo lo hacía bajar a estudiar. Un día recibí una llamada unos cinco minutos después de que se fuera y me enteré de que le habían disparado. Fui al hospital para estar con su familia. Alberto necesitaba una operación a corazón abierto, y así fue como estuve durante días, rezando con la familia, apoyándolos, esperando junto a ellos que Alberto sobreviviera.
Alrededor del cuarto o quinto día, empezó a estar más fuerte, y la policía vino al hospital llevando la misma carpeta manila de siempre. Habían venido a pedirle a Alberto que identificara a la persona que le disparó. Cuando abrieron esa carpeta, adentro había una foto recortada, y reconocí al joven de la foto. Se llamaba Wilfredo. Lo conocía y conocía a su familia. Cuando la policía se fue, me quedé un rato con Alberto y su madre.
Luego salí y fui a la cárcel donde tenían a Wilfredo. Entré en la sala de día de máxima seguridad donde estaba sentado. Se levantó y me dirigió una mirada que decía: "Sabía que ibas a venir." Para entonces él sabía que la persona a la que había disparado formaba parte de la parroquia. Más tarde, cuando dejé a Wilfredo, él sabía que yo iba a salir de su celda y visitar a la persona que finalmente testificaría contra él en el tribunal.
Wilfredo y Alberto estaban de acuerdo con eso, ambos lo entendían. Ambos sabían que eso es lo que hacemos en la vida religiosa: Nos metemos en la brecha, en ese confuso desorden, para dar testimonio de la posibilidad de reconciliación, la posibilidad de esperanza en esa clase de espacios oscuros.
Unos dos años y medio más tarde, cuando por fin fuimos al tribunal, estábamos con Alberto y su madre sentados en una pequeña sala junto al juzgado esperando que Alberto diera su testimonio. Un joven abogado del Estado entró para prepararlo. Le dijo: "Mira, Alberto, esto es lo que quiero que digas, y así es como quiero que lo digas para que podamos conseguir la mayor cantidad de tiempo en prisión para este tipo. Queremos mandarlo a la cárcel todo el tiempo que podamos". Lo repetía una y otra vez.
Yo conocía a Wilfredo; sabía que un acto de violencia no era la esencia de quién era él. Así que me incliné hacia Alberto y le dije: "Alberto, solo di la verdad". Este joven abogado del Estado se enojó mucho conmigo por "interferir" con el testimonio.
Al final, Wilfredo fue condenado a 27 años de prisión, y Alberto, su madre y yo fuimos liberados para volver a casa después de ese último día en el tribunal. Ellos fueron a su departamento, y yo fui a la oficina y me senté allí con una sensación de pesadumbre en las entrañas. En todo ese tiempo, dos años y medio, nadie en el sistema de justicia penal le preguntó nunca a Alberto: "¿Cómo estás?" Nadie se ocupó de sus necesidades. Nadie le preguntó a su madre: "¿Hay algo que podamos hacer? ¿Hay algún apoyo que podamos ofrecer?" Toda la energía y los recursos estaban en el castigo. ¿Cómo iban a castigar a este otro joven, Wilfredo, por lo que hizo? ¿Cómo iban a conseguir penalizarlo para que otros "aprendieran"? Me senté en mi oficina y pensé: Podemos hacer algo mejor que esto.

Dar un paso audaz en el ministerio
Eso impulsó una idea que mi comunidad había estado discutiendo. Nos preguntábamos cómo sería conducir un ministerio de reconciliación en una comunidad afectada por la violencia y el encarcelamiento. Una comunidad que sufría por ambas partes, víctimas y agresores y sus familias.
Así, en 2002 iniciamos el Precious Blood Ministry of Reconciliation (PBMR), basado en la filosofía de la justicia restaurativa, que pone énfasis en la reparación de las relaciones que han sido dañadas. Conseguimos un antiguo edificio escolar, reparamos la propiedad y esencialmente creamos un oasis, un espacio donde la gente puede encontrar hoy algo de esperanza y sanación.
El hecho es que es necesario que suceda una gran sanación. No hace mucho tiempo, un joven que formaba parte del PBMR fue asesinado a tiros justo en nuestra misma cuadra. El impacto fue potente, devastador, para los jóvenes, su familia y también para nosotros, el personal. Se podía ver en los rostros de la gente el dolor por la pérdida de Brandon, que había formado parte de nuestras vidas. Tuvimos un funeral. Nos sentamos en círculos y hablamos de Brandon, pero el dolor de su muerte, incluso meses después, aún permanece. El trauma de su muerte se mantiene para todos nosotros.
La muerte de Brandon demuestra que la violencia no es un acto singular, sino que es un trauma que sigue atormentándonos mientras nos esforzamos por seguir adelante con nuestras vidas. El centro de lo que somos son nuestras relaciones con los demás y nuestra relación con Dios, pero el trauma y la violencia atraviesan ese mismo centro. Los expertos señalan que los actos traumáticos—la violencia, el divorcio, la pérdida de un empleo—nos llevan a cuestionar nuestro propio valor básico en las relaciones. Dañan nuestra relación familiar y nuestra comunidad. A menudo, tras la pérdida de un hijo por la violencia, una familia se empieza a deteriorar. Los índices de divorcio se disparan. Así, el acontecimiento traumático es un hecho singular, pero las cicatrices pueden durar años, sobre todo si no son tratadas.

Nuestras historias como parte de la historia Cristiana
Una forma crucial de sanar es a través de la narración, porque nos permite volver a unir nuestras vidas. Nunca será la vida de antes. Un joven dañado por la violencia nunca volverá a ser un niño pequeño que nunca vivió todo ese trauma. Una madre que perdió a su hijo por un homicidio nunca será una madre que no conozca ese tipo de dolor. Sin embargo, a través de la narración de historias en espacios seguros empezamos a recomponer nuestras vidas, y éstas empiezan a tener sentido, poco a poco.
Piénsalo. Piensa en nuestra propia historia Cristiana de lo que ocurrió en el camino de Emaús (Lucas 24:13-35). Jesús se encuentra con dos discípulos que relatan el horror y el dolor de su crucifixión. Todavía no reconocen que es Jesús. Él escucha su historia traumática y la sitúa en la historia más amplia de los profetas, explicando cómo ésto tenía que suceder. Finalmente, los discípulos dicen que van a parar por la noche. Convencen a Jesús para que vaya a comer con ellos. Él se sienta con ellos, y al partir el pan, nos dice la Escritura, lo reconocieron.
CREAR LUGARES SEGUROS
PARA COMPARTIR HISTORIAS DIFÍCILES
Una vez estaba dando una charla sobre nuestro ministerio en la Universidad Dominicana, en las afueras de Chicago, y llevé conmigo a un joven, Joe Montgomery, para que contara su historia. Yo hablé, y luego él se levantó y habló desde su corazón. Después, la gente le dio las gracias por ser tan real, tan abierto sobre su dolor, su herida, la historia de su vida.
En el viaje de vuelta a casa, el tráfico era normal, es decir, había mucho. Joe estaba muy callado, mirando por la ventanilla. Le pregunté: "Joe, ¿qué pasa? ¿Qué sucede?" Negó con la cabeza y siguió mirando por la ventana.
Finalmente se volvió hacia mí con lágrimas en los ojos, y habló de lo solo que se sentía, como si todos lo hubieran abandonado. Al dar su charla surgieron todo tipo de recuerdos traumáticos en su vida, y se convirtió en su historia una vez más. Seguía luchando con muchos problemas: ha estado en prisión varias veces, su hermano estuvo preso durante 55 años, su padre no estaba en su vida. Todo eso se le vino encima. Lo que lo perturbaba no era un acontecimiento traumático de años atrás, sino todos los acontecimientos que lo siguieron. Todavía sentía el impacto de todo ese dolor.
Le dije: "Sabes, Joe, te apoyamos. Estamos aquí para ti." Me dijo: "Lo sé, padre Kelly, pero siento que nadie piensa en mí. Mi madre está simplemente haciendo su vida ahora." Por suerte, el tráfico era denso, y todo ese parar y avanzar nos dio tiempo para hablar. Y eso hicimos. Ese coche se convirtió en un lugar seguro donde escuché a Joe y lo dejé contar su historia.
Luego desaparece. Pero ellos no se asustan porque se haya ido de nuevo. Al contrario, se levantan llenos de alegría y vida, y vuelven a Jerusalén para contar esta historia de cómo se encontraron con Jesús en el camino de Emaús. Jesús no los regañó por no entender; simplemente escuchó su historia de trauma y luego ubicó esa historia, ese trauma, esa herida y ese dolor, en el contexto de la historia de fe más amplia. Junto con Jesús, entonces, llegan a un nuevo lugar, a una nueva creación.
Las madres en duelo van hacia la sanación
He aquí un ejemplo de lo que puede ocurrir cuando se anima a la gente a contar su historia de forma correcta y veraz. Solía sentarme con un grupo de mujeres, en su mayoría hispanohablantes, que contaban que habían perdido a sus hijos por homicidio. Sabían que yo iba a las cárceles y a los centros de detención. Eso fue duro para ellas al principio, pero llegaron a conocerme y por alguna razón les caí bien. Me preguntaban: "¿Estos chicos que están encerrados buscan alguna vez el perdón o expresan arrepentimiento?" Yo les decía que sí, que a menudo lo hacen. Los jóvenes que están en esos espacios suelen lamentar lo que han hecho, pero no hay nadie con quien buscar el perdón. Los tribunales en cierto modo dificultan eso porque se supone que no se puede hablar con otros sobre el caso, y a menudo hay que negar el delito.
Estas mujeres no dejaban de preguntarme por los jóvenes que conocía en la cárcel, así que las invité a venir conmigo a conocerlos. Por supuesto, dijeron que no. No querían ningún vínculo con la cárcel. Así que les dije: "Yo digo misa allí los sábados. Vengan conmigo a Misa". Ellas sí entendían la misa, así que aceptaron.
Después de la misa, invité a algunos de los jóvenes a sentarse en lo que llamamos un "círculo de reconciliación" con estas mujeres. Se trataba de jóvenes juzgados como adultos, por lo que tenían casos graves. Nos sentamos en ese espacio e hicimos nuestra apertura como siempre hacemos, que es un chequeo. Cada persona cuenta cómo se siente. Les pedí a las madres que se presentaran. Los ojos de los jóvenes estaban bien abiertos. Cuando el bastón de la palabra (un objeto que tenemos en la mano cuando es nuestro turno para hablar) llegó a los jóvenes, cada uno empezó a contar quién era. Uno dijo que nunca conoció a su madre. Otro dijo que su madre estaba en la cárcel. Otro dijo que su mamá se drogaba.
Se podía ver a las madres de ese grupo, que al principio se mostraban algo reticentes, con los brazos cruzados delante de ellas, protegiéndose, empezar a preguntarse quiénes eran esos jóvenes. Se podía ver cómo iban inclinándose hacia ellos. A medida que los jóvenes contaban sus historias, las mujeres empezaban a mirarlos de forma diferente. Comenzaron a interesarse por ellos. Lo que ocurrió en ese espacio fue que esas madres reconocieron a esos jóvenes no sólo como matones y ladrones, sino como seres humanos que también habían pasado por dificultades. Eran personas que también habían sufrido.
Aquellas madres y jóvenes estaban dando un pequeño paso hacia la sanación y la reconciliación. Sabemos que Jesús lleva sus cicatrices y traumas, pero vuelve a nosotros entero y con el propósito de traer una nueva vida. Si abrazamos esa historia, si abrazamos el mensaje Cristiano, entonces nosotros también podemos encontrarnos en un nuevo lugar y espacio. Estaremos en un camino hacia la reconciliación.
Artículo relacionado: VocationNetwork.org, “Dar de Comer a los Amigos de Jesús.”
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