Doctrina social católica: una guía
Por Kevin Clarke
Es la clase de tema sobre el que muchos padres no se sienten cómodos hablando con sus hijos. A veces, incluso los educadores en las mejores escuelas no están dispuestos a hablar del tema con sus alumnos, preocupados de que sólo por mencionarlo se pudieran despertar, bueno, sentimientos que podrían conducir a los chicos a hacer algo.
Por supuesto, estoy hablando sobre la doctrina social católica (¿sobre qué creías que hablaba?). Aunque sería grandioso aprender sobre la doctrina social católica (DSC) de tus padres, tu parroquia o tu escuela, a diferencia de otros temas en realidad puedes aprender DSC en las calles porque ahí es donde vas a querer pasar mucho tiempo, manifestándote a favor de una reducción de la duda de los países del tercer mundo, políticas de salud pública más humanitarias en Estados Unidos, o programas de vivienda asequible que signifiquen un alojamiento decente para las personas en tu comunidad.
Un secreto que es mejor no guardar
La doctrina social católica ofrece a los católicos una poderosa crítica de las contradicciones sociales y los fallos que pueden perturbar nuestra cultura, la cual está basada en la fe y las Escrituras, no en la teoría política. De la misma forma, usamos la doctrina moral católica para proporcionar el fundamento para nuestro examen de conciencia personal.
La doctrina social católica ofrece un marco paralelo para sustentar un examen de la conciencia institucional, económica o social. La DSC no s ayuda a ubicar motivos estructurales de pecado y ofrece una sensata, práctica y siempre compasiva directriz para efectuar cambios orientados a mitigar tal “pecado social” y hacer una especie de penitencia cívica por ello. La DSC se escapa de la etiqueta política fácil destinada a cerrar el debate sobre las cuestiones sociales contemporáneas. Reafirma un apasionante reto moral para los católicos de todas las generaciones.
Algunos han llamado a esta tradición de casi 120 años el secreto mejor guardado de la iglesia. Personalmente no creo que la DSC sea el secreto mejor guardado ni por un momento más. Esto es porque para los jóvenes que se preguntan cómo su fe puede ser relevante para sus vidas o para las apabullantes necesidades sociales de nuestro tiempo, o que sospechan que los cristianos pueden estar llamados a hacer algo más que solo responder con caridad a las desigualdades sociales, la DSC con frecuencia es una impactante revelación. Los puede motivar a luchar por la justicia social mientras que contribuye a una comprensión más profunda de las implicaciones radicales de su fe cristiana.
La historia de la doctrina
Esta doctrina comienza en 1891 con la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII, y continúa en 1931 con el Quadragesimo Anno; cobró fuerza durante el torbellino político y cultural de la década de 1960, y fue sustentada con esmero por el difunto papa Juan Pablo II en el Centesimus Annus en 1991. La DSC se ha ido enriqueciendo con declaraciones y cartas pastorales de las conferencias episcopales e incluye otra encíclica del papa Juan Pablo II, Evangelium Vitae, de 1995. Las encíclicas sociales –básicamente cartas a los fieles emitidas por varios papas– fueron mayormente compuestas durante periodos de gran agitación social cuando los acontecimientos económicos o históricos desafiaban a la iglesia a pensar más allá de sus fronteras institucionales.
La encíclica fundadora de la DSC, Rerum Novarum, por ejemplo, fue concebida como un mensaje de esperanza y apoyo a los trabajadores de todo el mundo a finales del siglo XIX. En ese momento, las pésimas condiciones de trabajo y la explotación económica fomentaron alternativas políticas radicales que no solo amenazaron el orden social establecido, sino también la relevancia de la iglesia misma.
Aunque la Rerum Novarum hizo un llamado por igual a los capitalistas y a los trabajadores a aceptar sus diferentes papeles en la sociedad, también detalló una serie de nuevos derechos y responsabilidades de una sociedad ordenada con justicia y reivindicó la libertad de los trabajadores para formar sindicatos que defendieran sus derechos. De igual forma, las encíclicas sociales posteriores estuvieron atentas a las señales de los tiempos, extendiendo la comprensión de que un orden económico justo significa servir a la gente, y no al contrario (la carta pastoral Justicia económica para todos, de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos; la encíclica del papa Juan XXIII Mater et Magistra), construyendo un nuevo marco espiritual hacia el establecimiento de una paz mundial verdadera (Juan XXIII, Pacem in Terris) o redefiniendo la noción de “auténtico desarrollo” durante una época en que los tecnócratas occidentales ofrecían un arreglo puramente materialista para los problemas de penuria humana en el mundo en vías de desarrollo (la Populorum Progressio de Pablo VI).
La DSC llama a los católicos a reevaluar las realidades sociales con una visión aguda a la posición social del individuo, de la familia y de la humanidad. Nos implora proteger la santidad de toda vida y creación, nos llama a prestar especial atención a la mala situación de los pobres y nos pide actuar siempre en unión práctica y espiritual con nuestros vecinos, ya sea que éstos vivan en la casa de al lado o en otro continente.
DSC: los fundamentos
Algunos cuantos temas principales capturan la esencia de décadas de enseñanza de la DSC.
• La DSC reconoce la santidad de toda vida y busca proteger y promover la dignidad de todas las personas. La posición de la iglesia en defensa de los no nacidos es bien conocida; menos conocida es su insistencia de que toda vida, por definición, está imbuida con valor; que la dignidad humana, un tema de la DSC, debe ser salvaguardada tanto de la negligente violencia de los conflictos como de los mecanismos indiferentes de un orden económico desalmado.
• Acorde con su defensa de la dignidad humana, la DSC repetidamente va en auxilio de los trabajadores (a la vez que detalla sus justas obligaciones con sus patrones), exigiendo una “paga justa” para los trabajadores, tiempo libre para la recreación y convivencia familiar, y otros derechos básicos. Un orden económico y político justo procura el bien común de todos los ciudadanos y deplora un sistema que reduce a los trabajadores a meros engranajes económicos en una despiadada maquinaria de producción y ganancias.
• La DSC también hace hincapié en lo que llama una “opción por los pobres e indefensos”, lo que significa que las necesidades de las personas más pobres y vulnerables siempre son consideradas la primera obligación en un orden social justo.
• La DSC expresa la comprensión y el compromiso de la iglesia con la solidaridad, la idea de que todos somos miembros de una sola familia humana; que somos los custodios de nuestros hermanos y hermanas, ya se trate de miembros de la familia que no puedan pagar atención médica aceptable en nuestra propia sociedad o de personas al otro lado del mundo que pasan hambre debido a una estructura económica global que los priva de alimentos asequibles.
• El concepto de la DSC basado en la subsidiariedad sostiene que los problemas sociales se deben resolver en el nivel más local de autoridad que corresponda. Este concepto promueve la plena participación del individuo en su vida política como una expresión completa de su humanidad, pero también obliga a que la autoridad correspondiente responda a una específica disfunción social. Así que tú y yo podemos trabajar en conjunto para resolver problemas de la comunidad, pero tenemos que apelar a nuestros representantes electos cuando busquemos solucionar un problema social mayor como el desempleo, el hambre mundial, la vivienda asequible o la atención médica.
• La DSC reafirma el derecho de toda persona a lo que podríamos llamar las necesidades básicas de la vida: alimento y refugio, educación y empleo, atención médica y vivienda. Cubrir estos elementos básicos brinda a la persona la oportunidad de lograr su completa realización como individuo, miembro de una familia y participante en una sociedad civil. También tenemos el deber de garantizar estos derechos para los demás y la obligación de expresar estos derechos en cumplimiento de nuestra responsabilidad para con nuestra familia, con los demás y con la sociedad en general.
• Por lo tanto, la participación en la juiciosa creación de un orden social justo a través del proceso político se convierte en una responsabilidad moral para los católicos. Estamos llamados a involucrarnos en la solución de nuestros problemas y los de nuestra nación, ya sea que signifique trabajar en las juntas escolares locales, postularse para un cargo político o abogar por una mayor generosidad en la ayuda externa a nivel nacional.
Defender la dignidad humana, proteger a los pobres, promover el bien común, la DSC espera mucho de nosotros como cristianos y como ciudadanos, pero no pide más de lo que nuestra energía, pasión y talentos que Dios nos dio pueden ofrecer. No esperes ni un momento más para conocer acerca de esta rica y poderosamente inspiradora tradición de justicia.
Tomado de la Guía Católica de Discernimiento Religioso VISION 2009.
Doctrina social católica: lo que la iglesia favorece en la sociedad
Compilado de varias fuentes por Joel Schorn
Dignidad humana y derechos. Todas las personas son sagradas, hechas a la imagen y semejanza de Dios. Cada vida humana, sin importar raza, sexo, edad, nacionalidad de origen, religión, ocupación o estatus económico, salud, inteligencia o logros, merece respeto. No es lo que haces o lo que tienes lo que te da derecho al respeto; es simplemente el ser humano lo que establece tu dignidad –las personas antes que las cosas, el ser antes que el tener.
Debido a esta dignidad, la persona humana es, para el Catolicismo, nunca un medio, siempre un fin. El principio de dignidad humana le da a la persona el derecho de pertenencia a una comunidad, la familia humana. La sociedad debe organizarse en beneficio de la persona. La sociedad también debe promover el bien espiritual de las personas y proteger el papel que desempeña la creencia.
Respeto por la vida humana. La vida humana en todas las etapas de desarrollo o decadencia es preciosa y por lo tanto digna de protección y respeto. Siempre es un error atacar directamente una vida humana inocente.
Asociación. La pieza central de la sociedad es la familia; la estabilidad familiar siempre debe ser protegida y nunca socavada. Por medio de su asociación con otros –en familias y en otras instituciones sociales que fomentan el crecimiento, protegen la dignidad y promueven el bien común– las personas logran su realización. La persona humana es a la vez sagrada y social. Nos damos cuenta de nuestra dignidad y derechos en la relación con los demás, en comunidad.
Hoy en día, en una época de interdependencia global, el principio del bien común apunta a la necesidad de estructuras internacionales que puedan promover el justo desarrollo de la familia humana a través de líneas regionales y nacionales. Lo que constituye el bien común será siempre objeto de debate, pero un apropiado interés comunitario es el antídoto para un individualismo desenfrenado el cual, al igual que un desmedido egoísmo en las relaciones personales, puede destruir el balance, la armonía y la paz entre los grupos, vecindarios, regiones y naciones.
Participación. Sin participación, los beneficios disponibles para un individuo a través de cualquier institución social no se pueden llevar a cabo. La persona humana tiene el derecho a no ser excluida de la participación en estas instituciones que son necesarias para la realización humana. Este principio se aplica de manera especial a las condiciones asociadas con el trabajo. Las personas tienen derecho al trabajo decente y productivo, a salarios justos, a la propiedad privada, a la iniciativa económica y a la liberta de organización. La economía existe para servir a la gente y no al revés.
Protección preferencial para los pobres y vulnerables. La prueba moral de una sociedad es cómo trata a sus miembros más vulnerables; los pobres tienen el derecho moral más urgente a la conciencia de cualquier comunidad. Estamos llamados a observar las decisiones de política pública en términos de cómo afectan a los pobres. Si el bien general, el bien comunitario prevalece, la protección preferencial debe dirigirse hacia aquellos afectados negativamente por la ausencia de poder y la presencia de la privación. De otra manera, el balance necesario para mantener a la sociedad en una pieza se romperá en detrimento de la totalidad.
Solidaridad. Somos una sola familia humana. Somos interdependientes. Nuestra mutua responsabilidad traspasa las diferencias nacionales, raciales, económicas e ideológicas. Estamos llamados a trabajar globalmente por la justicia. El principio de solidaridad funciona como una categoría moral que nos lleva a elecciones que promuevan y protejan el bien común.
Mayordomía. Un buen mayordomo o administrador es un gerente, no un propietario. En una época de toma de conciencia sobre nuestro entorno físico, nuestra tradición nos llama a un sentido de responsabilidad moral por la protección del ambiente –tierras de cultivo, praderas, bosques, aire, agua, minerales y otros depósitos naturales. Las responsabilidades administrativas también contemplan el uso de nuestros talentos personales, nuestra atención a la salud personal y nuestro uso de la propiedad personal.
Subsidiariedad. La toma de decisiones se debe hacer más cerca de las personas afectadas y debe usar los grupos efectivos más pequeños. El principio de subsidiariedad pone un límite adecuado al gobierno al insistir que ningún nivel superior de organización desempeñe una función que pueda ser manejada con eficiencia y eficacia a un nivel inferior de organización por personas que, individualmente o en grupos, estén más cerca de los problemas y el área. Los gobiernos opresivos siempre violan el principio de subsidiariedad; los gobiernos hiperactivos frecuentemente violan este principio.
Igualdad humana. Tratar a los iguales de manera equitativa es una forma de definir a la justicia, también se entiende de manera clásica como dar a cada quien lo que es debido. Detrás de la noción de igualdad está el principio simple de justicia; una de las primeras inquietudes éticas en el desarrollo de la persona es el sentido de lo que es “justo” y de lo que no.
Derechos y responsabilidades. La gente tiene el derecho fundamental a la vida, la alimentación, la vivienda, la salud, la educación y el empleo. Todas las personas tienen el derecho a participar equitativamente en las decisiones que afectan sus vidas. Estamos llamados a involucrarnos positivamente en el desarrollo económico.
En correspondencia con estos derechos existen deberes y responsabilidades de respetar los derechos de los demás y de trabajar por el bien común. Los derechos y responsabilidades aplican especialmente a la utilización de los bienes inmuebles en beneficio de los que menos tienen.
Obtén más información sobre la doctrina social católica en www.usccb.org/cchd/ o en el nuevo campus para la doctrina social católica de la web de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos: www.usccb.org/campus/#. O lee el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia de la Santa Sede.
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