Jesús a la puerta

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SUCEDIÓ EN EL ÚLTIMO VERANO antes de mi ordenación. Yo estaba asignado en Morehead, Kentucky y viviendo con el Padre Larry Goulding. Nos habíamos acomodado para ver las noticias de las 11 p.m. cuando sonó el teléfono. El Padre Larry atendió, y yo sólo podía escuchar fragmentos de la conversación.

“¿Estás aquí sin dinero? . . . ¿Necesitas un lugar donde quedarte? . . . ¿No tienes familia aquí?” Pausa. “OK, enseguida voy. Te encuentro en la gasolinera frente al hotel.”

Mientras el Padre Larry colgaba el teléfono y se ponía nuevamente los zapatos, recuerdo sus palabras: “Era Jesús quien llamaba por teléfono. No me gusta cuando él llama a las 11 p.m. de un sábado a la noche.”

Esta experiencia es la de casi todos los misioneros. Las personas necesitadas llaman o golpean a nuestra puerta en busca de ayuda. Y cada vez que me ha sucedido a mí, especialmente cuando sucede en el momento más inoportuno, las palabras del Padre Larry resuenan en mi cabeza: “Es Jesús el que llama por teléfono.”

Hace poco llegó un hombre a nuestra Casa de Estudios de Glenmary en Hartford, Kentucky. Venía de paso. “Oí que este era un refugio para indigentes, pero que estaba lleno,” dijo. “¿Me puede conseguir una habitación en un hotel?” Lo hice, después que compartimos una comida.

¿Preparar café o esconderme?

Siempre que voy manejando por la ciudad y veo a un hombre o mujer que no me resulta conocido y lleva una mochila, sé que pronto se van a presentar a mi puerta. Me pregunto: ¿Debería preparar café o esconderme? Pero preparar café siempre gana cuando el visitante llega realmente.

Recuerdo que una vez le di ropa a una mujer, sólo para verla regresar poco tiempo después diciendo que los nietos querían cambiarla por colores diferentes. La gente dice a menudo que va a trabajar a cambio de ayuda, y me da gusto complacerlos. Un hombre dijo que iba a cantar para mí. Pero después de oír dos líneas de Amazing Grace, ¡me dio mucho gusto darle el dinero!

En los momentos en que me siento con más ganas de predicar—y si tengo tiempo—invito a la persona necesitada a venir conmigo a la iglesia y ofrecer una oración, y extiendo una invitación para que venga a Misa el domingo. A menudo dicen que lo harán, pero rara vez regresan.

Quienes vienen en forma regular en busca de ayuda, frecuentemente parecen desear atención tanto como ayuda. Quieren alguien que escuche. Una mujer solía visitarme bastante a menudo para que la ayudase a administrar su dinero. Otra mujer sólo quería compartir el dolor de tener a cuatro de sus cinco hijos en la cárcel. Siempre se preguntaba qué había hecho mal.

La última Navidad, mientras hacía una suplencia en mi antigua misión de Swainsboro, Georgia, recibí un llamado telefónico a la 1:30 p.m. El hombre que llamaba, Terry, dijo que necesitaba un lugar para pasar la noche. “Voy en bicicleta desde Detroit a New Orleans esperando encontrar trabajo,” dijo. También dijo que estaba enfermo. Era Nochebuena y yo estaba ocupado, pero le dije que fuese a un hotel en la ciudad y que yo lo encontraría en 30 minutos. La preparación de las liturgias de Navidad tenía ocupada mi atención. Pasó más de una hora, y entonces recibí otro llamado. “¿Te olvidaste?” preguntó Terry. “No, enseguida voy,” dije, pensando para mí, “¡Oh, Jesús, otra vez estás llamando en el momento más inoportuno!”

Sin lugar donde apoyar su cabeza

Encontré a Terry en el hotel. Hacía frío y él tenía fiebre. Fui a la farmacia a comprar medicinas, pensando todo el tiempo “¡Simplemente no tengo tiempo para este viaje extra!” Cuando regresé conversamos un rato. Terry hablaba de ir a New Orleans como si se estuviese dirigiendo a la Tierra Prometida. “Allí va a haber trabajo”, decía.

Lo invité a la Misa de Nochebuena. “Quiero ir,” fue su respuesta. Cuando caminaba hacia el altar esa noche, me dí cuenta de que Terry no estaba. Pero cuando me volví para la invocación inicial, allí estaba él, en el último banco, mirando alrededor y con aspecto muy apacible.

Mientras saludaba a la gente después de Misa, vi a Terry parado junto al Nacimiento. Podía ver las lágrimas que corrían por su rostro. Cuando me acerqué a él, levantó al Niño Jesús y dijo “Yo sé, Jesús, cómo debes haberte sentido esa primera Nochebuena cuando no tenías dónde apoyar tu cabeza. Anoche dormí bajo un puente.” Mientras Terry devolvía al Niño Jesús reverentemente a su lugar, mis ojos se llenaron de lágrimas.

Invité a Terry a acompañarnos en un refrigerio, pero dijo que no. “Tengo que regresar al hotel. Mañana salgo para New Orleáns.” Y así partió en medio de la noche. Los forasteros vienen y van. A veces me pregunto si realmente necesitan la ayuda que piden. Cuestiono sus intenciones. Me gustaría saber por qué la gente que no es Católica viene tan frecuentemente a pedir ayuda en una iglesia Católica. Pero mientras intento ordenar mis pensamientos, las palabras del Padre Larry—“Era Jesús quien llamaba por teléfono”—hacen eco en mi corazón. ¿Es Jesús quien llama o golpea la puerta una y otra vez? Me parece que sí.

El Padre Vic Subb es director de los programas de pre-noviciado y post-noviciado de los Glenmary Home Missioners, www.glenmary.org. Vive en Hartford, Kentucky. Reimpresión autorizada del número de Invierno 2006 de la revista Glenmary Challenge.

Traducido del inglés por Mónica Krebs. El contacto con ella es a través de la editorial, TrueQuest Communications. Todos los derechos reservados por la editorial.

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