La Hermana Norma Pimentel responde nuestras preguntas
La Hermana Norma Pimentel, M.J. se ha vuelto ampliamente conocida por trabajar y abogar por los inmigrantes en la frontera de los Estados Unidos con México. (Cortesía de la University of Notre Dame/Barbara Johnston.)
Hace unos años el Papa Francisco le dio a la Hermana Norma Pimentel, M.J. un lugar destacado durante una audiencia papal televisada. En un momento no programado, pidió hablar directamente con ella, y le agradeció a ella y a todas las hermanas católicas de los EE.UU. por su buena obra. En ese momento el mundo pudo conocer el trabajo humanitario de Pimentel en la frontera de los Estados Unidos. Pimentel, directora de Catholic Charities (Caridades Católicas) de la Diócesis de Río Grande, Texas, ha venido atendiendo las necesidades de la gente pobre en la frontera durante décadas. Sin embargo, esa recomendación papal la situó en el mapa y desde entonces se ha convertido en una pequeña celebridad, obteniendo numerosos premios y haciéndose cargo de muchas solicitudes de los medios para hablar sobre el aspecto humano de la inmigración. Ella le recuerda continuamente a la gente la dignidad y los derechos inherentes de los migrantes con quienes ella y su equipo desarrollan su ministerio.
Irónicamente, el propio compromiso de la Hermana Norma comenzó, según dijo a la revista Elle, porque quería salir a comer pizza con unos amigos. Asistió a un evento de oración parroquial—que fue seguido por una reunión social con pizza—y experimentó el amor de Dios de manera profunda. Esa experiencia de fe eventualmente la condujo a la vida religiosa con las Missionaries of Jesus (Misioneras de Jesús) hace muchos años.
Usted es, en cierto modo, una celebridad, Hermana Norma. ¿Cómo se siente con eso?
Se siente maravilloso. Pero al mismo tiempo, si me detengo a pensar por qué estoy recibiendo toda esta atención, no me siento cómoda, porque tiene que ver con el sufrimiento y el dolor de tantas familias. Pero la publicidad llama la atención sobre estos problemas. Pone el énfasis en que existe mucho dolor y sufrimiento.
He recibido tanto reconocimiento. Todo ello me da una voz, que implica grandes responsabilidades, para decir qué es lo que todos debemos saber y hacer.
¿Cómo decidió entrar a la vida religiosa?
¡Eso fue hace mucho tiempo! No lo decidí yo misma, sino que Dios decidió sacarme de la dirección en que estaba encaminada. Yo tenía toda la intención de seguir una carrera artística profesional. Hice un paréntesis para pasar un tiempo en mi casa para que mi papá aceptase esta decisión. Mientras tanto, fui a un grupo de oración—en parte por la reunión social con pizza después—y fue en ese grupo de oración que las cosas cambiaron para mí. Por primera vez yo estaba sintiendo la presencia de Dios de una manera muy especial, que me llamó la atención. Y me llamó la atención tan profundamente que mi vida giró 180 grados, hacia involucrarme más en conocer a Dios y servirlo con una comunidad religiosa. Una comunidad religiosa local me invitó a un retiro vocacional, y el resto es historia.
¿Tenía alguna noción de qué tarea específica le estaba pidiendo Dios?
No, todo era un futuro desconocido para mí. Lo único que sabía era que era la decisión correcta. Y quería saber más sobre Dios y lo que significaba servirlo. Era algo que se estaba revelando en mi vida, y quería investigarlo y dejar que Dios me guiase. Así es como empezó. Ha sido un viaje interesante de descubrimiento, de vivir y crecer en mi fe a medida que avanzo. Dejo que Dios me guíe en lo que hago y en quién soy.

¿Cómo se ha sentido como líder en la iglesia siendo una mujer?
Creo que es importante ser uno mismo y no tener miedo de ser nada más que uno mismo, y llegar a ser quien Dios está formando. Ayuda la capacidad de relacionarse con quienes uno trabaja, y con quienes uno está invitando a responder a lo que sea que Dios nos pone en el camino. Hay un sentimiento de respeto mutuo; podemos estar de acuerdo en algunas cosas y no estar de acuerdo en otras, pero en aquellas en que sí lo estamos podemos trabajar juntos para responder a cualquier cosa que se nos presenta. Nos concentramos en lo que todos creemos que es lo correcto. Es así como las cosas empiezan a suceder.
Usted mencionó lo de ser una mujer, y eso puede ser un obstáculo si pensamos que podríamos no ser reconocidas o respetadas porque somos mujeres. Pero creo por mi propia experiencia que la gente ha llegado a respetarme por quien soy y no porque sea una mujer, o una religiosa, o cualquier otra cosa que alguien que hace lo correcto.
Las conversaciones sobre la inmigración son difíciles. ¿Cómo las encara?
Una vez hablé en una reunión de consulados en la que yo era una de dos oradores, junto con el jefe de la Border Patrol (Patrulla Fronteriza). Él se refirió a la importancia de la seguridad de la frontera y explicó cuál era su trabajo. Y cuando hablé yo, dije que me iba a referir a otro elemento vital en la vida en la frontera: la necesidad de responder de manera humana a la realidad que vemos entre los inmigrantes en el Valle del Río Grande, entre las familias que entran a este país huyendo de la persecución. Creo que algunas personas necesitan pasar un día conmigo y comprobarlo ellas mismas. Pienso que la fuerza de un encuentro como ese realmente abriría muchos corazones y mentes a la realidad humana de las familias que buscan desesperadamente protección.
¿Qué verían las personas si pasasen un día con usted?
Verían la presencia de Dios ahí mismo. Es por eso que a los voluntarios algo les sucede cuando ven a las familias, los niños, las madres, mientras se ofrecen para ayudarlos. Ese momento de conexión cuando ambos se juntan y se conocen: justo en ese momento creo que Dios se hace presente. Ellos lo sienten. Alguien vino una vez y me dijo, “No soy católico. Cuando usted inició este movimiento humanitario, había un amigo mío que era un abogado muy exitoso y fue a ver lo que ustedes estaban haciendo en Sacred Heart (Sagrado Corazón) y se unió a ustedes. Y eso lo cambió tanto que dejó su carrera e ingresó al seminario.” Otra persona me dijo hace poco, “Hermana, estuve alejado de la iglesia, y a partir de mis experiencias ayudando a estas familias, he vuelto a la iglesia.” Para mí, estas son experiencias muy fuertes. Creo que es Dios quien se hace presente en sus vidas.
¿Qué les diría a las personas que no saben nada sobre la forma en que Dios trabaja en la frontera?
Antes del 9/11, era muy común ir y venir [cruzando la frontera], la mitad de su familia del lado de EE.UU. y la mitad del lado de México. Ahora es tan difícil ir y venir. Darse cuenta de la angustia y temor entre las familias, que puedes tener familiares del lado de México, y estar preocupado por ellos, por los carteles y las pandillas y ese tipo de cosas. Uno se entera de las historias y solo puede solidarizarse con su dolor, y saber que no es fácil para ellos vivir esa vida. Esas son las realidades de muchas familias en el sur de Texas.
Al mismo tiempo, aquí en el valle del Río Grande existe una comunidad que celebra la vida y la fe. Se ve cuando llega el momento de celebrar Adviento, Navidad, o el Miércoles de Ceniza, especialmente el Miércoles de Ceniza. Parece que todos van a la iglesia en ese día. Cuando alguien muere en la familia. Esos son momentos especiales en que nos hacemos uno con los demás. Ellos nos ayudan a sentir que somos uno con Dios y uno con los demás.
¿Qué sueños tiene usted para la iglesia en el futuro?
Creo que debemos estar unidos en los valores y principios en los que creemos, que no debemos dejar de expresar y vivir nuestra fe, especialmente cuando vemos cosas que no están bien. Nuestra responsabilidad como cristianos es defender los derechos y la dignidad de quienes son más vulnerables e indefensos en nuestra sociedad, y no está bien quedarnos callados. A veces el miedo no nos deja ver la realidad de que todos somos uno en Dios. Como un pueblo debemos estar unidos y sentir el coraje de hacer lo correcto: así es como debería ser la iglesia del mañana.
Este artículo está adaptado con permiso de “Encarnar la Misericordia: Una Entrevista con la Hermana Norma Pimentel, MJ” en thejesuitpost.org.
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