Cómo respondieron mis padres cuando me convertí en hermano

El Hermano Luis Ramos, F.M.S. descubre que la mayor preocupación de sus padres es que él sea feliz, se sienta realizado y conectado con Dios. (Foto cortesía del Hermano Luis Ramos, F.M.S.)

CUANDO PIENSO en el servicio, pienso inmediatamente en mis padres. Me inculcaron cualidades que me abrieron a una vida de servicio. Verlos trabajar en las Escuelas Públicas de Nueva York en docencia y orientación fue un gran ejemplo de servicio y responsabilidad. Su trabajo no siempre era fácil, pero estaban dedicados a los jóvenes. También me enseñaron a ser agradecido y a compartir. Son dos personas muy generosas, tanto en tiempo y energía como en recursos. Siempre los veo dando.

Si bien es cierto que el servicio y la entrega eran valores importantes para mi familia, mis padres tuvieron una reacción ambigua ante mi interés y exploración de la vida religiosa. Me enviaron a Escuelas Católicas desde la escuela primaria hasta la universidad, y sabían que yo estaba especialmente involucrado con la comunidad de Jóvenes Adultos Maristas. Era un grupo realmente importante para mí, con quienes compartía regularmente mi fe.

Cuando empecé a hablar de unirme a los Maristas, mi padre dijo: “De alguna manera me imaginaba que era una posibilidad.” Fui recibido en la Iglesia Católica cuando estaba en la universidad, lo que supuso un cambio para nuestra familia. Habíamos asistido a iglesias Pentecostales y no confesionales toda mi vida. Me atrajo mucho el culto Católico y la tradición sacramental cuando estaba en la escuela primaria. La universidad me pareció el momento adecuado para hacer esa transición.

Mi madre y mi padre tenían dudas y preocupaciones sobre la vida religiosa. Sin embargo, nunca se resistieron ni trataron de frenar el proceso. Siempre me dieron espacio, me hicieron preguntas con delicadeza y pusieron énfasis en escuchar al Espíritu Santo. Ambos dijeron que nunca se interpondrían entre Dios y la obra de Dios en mi vida. Estoy siempre agradecido por esta respuesta.

Mis padres habían conocido a muchos hermanos Católicos y tenían una idea básica de cómo podía ser la vida de un religioso. Una de sus preocupaciones era si yo sería independiente. En la comunidad religiosa, dejamos de lado parte de nuestra independencia personal para ser más interdependientes. Pero no nos convertimos en robots religiosos. Siempre he admirado a los hermanos que he conocido por ser ellos mismos sin dejar de pertenecer a algo más grande. Por suerte, mis padres también lo experimentaron, dado que los conocieron.

Otra preocupación era sin duda la cuestión de los nietos. Mis padres nunca nos impusieron una carrera o un estilo de vida a mí o a mi hermana. Dieron ejemplo de lo que era ser educadores, miembros de la comunidad y un matrimonio comprometido. Con el paso del tiempo, hemos hablado de la realidad de que no quiero formar una familia. Lo habrían aceptado si fuera una realidad en mi vida, pero saben que no lo es. No hacen un escándalo y tampoco lanzan indirectas. ¡Eso sería muy molesto!

Su máxima preocupación es que yo sea feliz, me sienta realizado y esté conectado con Dios. Mientras mi discernimiento continúa en los votos temporales, confío en que seguiremos apoyándonos mutuamente. Como familia, seguimos aprendiendo juntos. Veo crecer a mis padres mientras mi hermana y yo entramos en la edad adulta. Cada uno vive una vida diferente, con sus propias circunstancias y desafíos. ¡Para nosotros es un viaje vocacional estupendo!