Un hombre y su misión
CUANDO DEJAN su hogar después de la escuela secundaria, muchos adolescentes también dejan atrás la iglesia. John Skrodinsky no fue así. Cuando llegó a ser estudiante en el campus de la Universidad de la Ciudad de Pittsburgh, Skrodinsky asistía a Misa, se hacía tiempo para rezar, y participaba en el ministerio del campus, continuando así con un compromiso con la vida parroquial que comenzó en su infancia en Lancaster, Pennsylvania.
Skrodinsky les dice a los jóvenes al final de la adolescencia y a los que inician la década de los 20 años: “A menudo es entonces cuando ustedes descubren qué clase de compromiso están dispuestos a asumir con su iglesia o con su fe.”
Este es el compromiso que asumió Skrodinsky. A los 36 años, es hermano en la comunidad de los Missionary Servants of the Most Holy Trinity. Es abogado y director de los ministerios para migrantes de la Diócesis de Paterson, New Jersey. En ese trabajo, Skrodinsky ayuda a los inmigrantes que tienen problemas legales, que incluyen desde su situación legal a problemas con el alquiler de sus viviendas.
En los Missionary Servants, “creemos que las misiones son las personas,” dice Skrodinsky. “Tienes que estar totalmente dedicado a acompañar a la gente. Es ahí donde el amor de Dios se hace realidad.”
La primera semilla
Skrodinsky es una de esas personas que no creció con la certeza de una vocación religiosa. Pero siempre permaneció comprometido con la iglesia—y en el trayecto, se sintió “empujado.” Asistió a escuelas públicas, manteniéndose activo en el ministerio de la juventud en su parroquia, mientras crecía en una ciudad donde no había muchos Católicos.
De manera temprana se dio cuenta de que en una parroquia existen oportunidades de liderazgo desde las bases. “Me dí cuenta de que no solamente había un sacerdote y había hermanas” dice Skrodinsky. “Estaban involucradas otras personas. Todas las partes conforman la parroquia. Las personas de Dios formaban la parroquia.”
De tanto en tanto, durante la escuela secundaria y la universidad, alguien alentaba a Skrodinsky para que considerase una vocación religiosa. “Esa fue la primera semilla,” dice él. “La mayoría de las veces un joven como el que yo era descartaría eso. Antes que nada, parece demasiado remoto… Estás pensando en otras cosas. Estás pensando ‘¿Qué carrera voy a seguir? ¿A cuál universidad voy a ir? ¿Me voy a casar?'”
Pero cuando finalizó la universidad, después de graduarse en educación elemental, la semilla comenzó a echar raíces. En lugar de emplearse como maestro, Skrodinsky decidió dedicar un tiempo a investigar la idea de una vocación religiosa. Si bien la idea de enseñar y tal vez casarse le parecía atractiva, “Sentí un fuerte llamado a dedicar mi vida totalmente a la tarea,” dice. “Quería probar eso—si podría ser capaz de dedicar toda mi vida a servir a Dios y servir a otros.”
Skrodinsky describió lo que sentía como “ese susurro en tu oído” que no desaparece. “Sentí que ese llamado era tan poderoso que quería probarlo—necesitaba probarlo, porque si no lo hacía, siempre me iba a preguntar” si eso era lo que Dios realmente había dispuesto para él.
Entonces comenzó a recoger información de diferentes órdenes religiosas, y se ofreció como voluntario para ir a Mississippi para enseñar en una escuela regida por una orden religiosa. Esperaba “ver si Dios me estaba llamando para otra cosa” aparte de la enseñanza y la vida de familia.
Eso no salió tan bien
“Asumí demasiadas responsabilidades” con enseñanza y coaching, y “me sentí abrumado por el trabajo de allí”, dice Skrodinsky. Lo dejó antes de tiempo y regresó a su parroquia en Pennsylvania, donde trabajó primero como director de la guardería de la iglesia y más tarde en el ministerio de la juventud.
Pero él siguió investigando diferentes comunidades religiosas, tratando de encontrar una cuyo carisma y estilo pareciesen adecuarse a sus intereses. “Salió bien; ¡siempre tenía correspondencia!” dice Skrodinsky riéndose. Definió claramente su lista y luego visitó varias comunidades. Cuando llegó a los Missionary Servants—una orden que tiene presencia en América del Norte y también en América del Sur— “Me sentí en casa. Me sentí cómodo con la gente. Sentí que la misión o el carisma coincidían con lo que me habían enseñado” y con la forma en que deseaba servir.
Los Missionary Servants lo mandaron a California para estudiar filosofía, como paso previo a su aprendizaje de teología. Vivió en Orange County, estudiando y haciendo trabajo comunitario en cárceles y con pandillas. “Fue una experiencia genial,” dice Skrodinsky. “Tuve la dicha de estar abierto a las vidas y experiencias de otros, que eran drásticamente diferentes. Y probablemente lo que más me ayudó fue sentir que no era mi rol juzgar a las personas. A fin de cuentas, ellos eran responsables por su relación con Dios y por ser perdonados. Yo estaba allí, en cierto modo, para ser un instrumento de Dios en sus vidas en ese momento,” para escuchar y para decir una palabra amable—lo que él llama “un ministerio de presencia.”
El llamado se confirma
Casi todas las semanas se encontraba con un hombre que está sentenciado a muerte. “Estaba acusado de cometer actos horrendos,” dice Skrodinsky. Sin embargo “Descubrí que su fe es muy profunda y muy fuerte.” Lo que recibió de esa experiencia fue el reconocimiento de que “nadie está lejos de la gracia de Dios.” Todas las personas, sin importar sus actos, pueden “pedir perdón y pedir el amor redentor de Dios,” y este convicto “realmente estaba intentando fortalecer esa relación” con Dios.
Después de un año en California, y unos pocos meses conduciendo estudios de la Biblia en un campamento de verano en Tucson, Arizona, se mudó de regreso al este para un periodo de noviciado, un tiempo de calma para la oración y el estudio, para aprender acerca de la comunidad y su trabajo, para considerar si su paso por la vida religiosa debía continuar.
“Para mí, el proceso se afirmaba a cada paso que daba,” dice Skrodinsky. “A cada paso que daba, se reafirmaba que esta era la dirección correcta para mí. Eso es, definitivamente, una bendición… Estoy seguro de que la mayoría de las personas pasa por dudas y preguntas—todo eso es parte del discernimiento. Dios nos desafía y nosotros escuchamos, respondemos, dudamos—tenemos todas esas emociones humanas. Pero para mí fue sobre todo una reafirmación.”
Su familia fue comprensiva, también, aunque él es hijo único “y eso significaba que no habría nietos.” Skrodinsky dice que sus padres “querían lo que fuera mejor para mí. Y no querían interponerse en los planes que Dios tenía para mí.” Tampoco significó una lucha para él la decisión sobre ser sacerdote o hermano. Todo el tiempo se sintió atraído hacia la hermandad y hacia una vida de misión.
Antes de tomar sus votos definitivos, Skrodinsky pasó un año trabajando en Puerto Rico, en una parroquia aproximadamente a 20 millas al este de San Juan, trabajando en actividades recreativas para los jóvenes y con personas adictas al alcohol y las drogas.
El año de misión es una oportunidad de ver “cómo es esto en la realidad” antes de tomar un compromiso definitivo, dice él. “Estás viviendo todas las alegrías y las penas y los problemas . . . . Lo disfruté muchísimo. Fue una gran oportunidad de ampliar mi visión del mundo, aprender otra cultura e idioma, aprender acerca de la gente.” En el año 2000 Skrodinsky hizo sus votos definitivos y luego fue asignado para trabajar como consejero en un centro de rehabilitación en Philadelphia para personas que están luchando con el alcohol y la drogadicción. Mientras trabajaba allí también comenzó estudios de derecho por las noches en Temple University, y descubrió que continuar trabajando en el ministerio mientras estudias derecho hace que “Te mantengas conectado con la realidad de la vida de la gente y con la razón por la que estás haciendo esto.”
Se graduó en derecho seis años después y luego pasó un tiempo estudiando para el examen de doctorado y trabajando como voluntario para un grupo de justicia social en Washington, D.C. Sabiendo que los Missionary Servants tenían varias misiones en New Jersey, se presentó—y aprobó—el examen para ejercer abogacía en New Jersey.
Un equilibrio saludable
Ahora él es director del programa de ministerios para migrantes de la diócesis de Paterson, New Jersey. Si bien es un trabajo exigente, Skrodinsky pone cuidado, tratando de crear equilibrio en su vida entre la responsabilidad profesional y la diversión—haciendo tiempo en forma intencional para los amigos, para la contemplación, para el ejercicio, para ir al cine. El ministerio se puede adueñar de la vida de una persona, dice, pero “Yo trato de mantenerme activo y sano.”
En cierto modo, siendo todavía relativamente nuevo en su trabajo, y a veces disculpándose por todo lo que aún le falta aprender, Skrodinsky continúa en su tarea en New Jersey con el íntimo compromiso que ha tenido con las vidas de los necesitados desde sus primeros días con los Missionary Servants, conectándose a través de los años con convictos, hombres de pandillas, drogadictos, y ahora con inmigrantes.
El programa de ministerios para migrantes ayuda a los recién llegados a los Estados Unidos a tener acceso a tratamientos médicos, escuelas, resolver desacuerdos con quienes les alquilan viviendas, y también ofrece Misas en Español. “Son muy agradecidos,” dice Skrodinsky de los migrantes a quienes sirve. “Se dan cuenta de que estamos extendiendo nuestra fe y compartiendo nuestra fe con ellos. Creemos que como seres humanos ellos tienen dignidad y necesitan ser bien recibidos aquí.” A menudo “la gente agradece que alguien camine junto a ellos, que los acompañe en una situación difícil cuando sienten que están haciendo frente a un sistema legal, casi haciendo frente a un país,” dice. “Los ayudamos a sentir que no están solos.”
Cuando recién se había mudado a New Jersey, Skrodinsky pensó en vivir con una comunidad más grande de hombres religiosos en el Santuario de St. Joseph, aproximadamente a 45 minutos de distancia. Pero en lugar de ello eligió vivir en una pequeña casa con un sacerdote y un hermano de su orden, todos ellos jóvenes y relativamente nuevos en la vida religiosa, viviendo intencionalmente cerca de los inmigrantes a quienes sirven.
“Pensamos de manera similar,” dice Skrodinsky de los hombres de la casa. “Nos estamos dedicando a la gente de Dios, a cambio del amor que Dios nos ha mostrado.” Se apoyan mutuamente “en los buenos momentos y en los momentos difíciles” dice, a veces desafiándose unos a otros “si vemos que alguno está trabajando demasiado, o si como comunidad no estamos rezando lo suficiente.” Tratan de hacer lugar varias veces por semana para oraciones en común, para compartir comidas, para el compañerismo—que no siempre es fácil, con sus horarios de trabajo tan ajetreados.
Skrodinksy dice que todavía tiene ansiedad en ocasiones, preguntándose cómo sería estar casado y tener niños. Describe el discernimiento de una vocación religiosa como un proceso de por vida para él, de “escuchar a Dios, escuchar al Espíritu”, tocar base. A lo largo del camino, “Dios nos desafía, y nosotros escuchamos,” dice. Dios habla: “Nosotros respondemos.”
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