¿Por qué permanecer soltera y vivir como una hermana no es lo mismo?
Imagen: La hermana Colleen Gibson, S.S.J. (con su amiga Elyse Raby) cree que la vida en soltería y la vida religiosa tienen cada una sus propios dones y desafíos; cada una es una vocación única con sus propios aspectos únicos.
Cuando le dije a la gente que estaba pensando en convertirme en una hermana religiosa, me hicieron las mismas preguntas: ¿Por qué me siento llamada? ¿Por qué la vida religiosa? O simplemente ¿Por qué?
Y una vez que les dije sobre mi deseo de crecer en mi relación con Dios, para servir a otros y vivir una vida radical de intención de acuerdo con el Evangelio, las inevitables preguntas fueron: ¿Por qué convertirse en una hermana? ¿No podrías hacer todas esas cosas como una mujer sola comprometida?
Sí, yo podría haber hecho todas esas cosas como una mujer sola comprometida. Me di cuenta de esto mientras discernía, por lo que la pregunta más importante para mí era: ¿Cuál es exactamente la diferencia entre una vida de soltería comprometida y una con votos religiosos?
La respuesta a esa pregunta es más compleja que simples declaraciones, profundiza en la naturaleza de la llamada y la vocación, descubriendo lo que somos y lo que significa realmente la llamada. La vida de soltera y la vida religiosa, después de todo, son ambas llamadas. Antes de que podamos ver qué tan diferentes son, es útil entender lo que tienen en común.
Como cristianos, estamos llamados a vivir nuestra fe. Las vidas que llevamos reflejan el amor de Cristo, y nuestras vocaciones son la forma en la que estamos llamados a compartir ese amor con el mundo. Nuestra vocación nos permite ser nuestro más genuino yo como Dios nos creó para ser.
Las personas que me interrogaron acerca de por qué me estaba convirtiendo en una hermana en lugar de solamente permanecer soltera tenían mis mejores intereses en mente. Yo podría hacer todo lo que intentaba hacer siendo una mujer sola comprometida, pero les faltaba un punto clave: el discernimiento de una vocación va más allá de uno mismo.
La vocación es acerca de ti y Dios -tus deseos más profundos y los deseos más profundos de Dios para ti. El discernimiento es acerca de descubrir esos deseos en relación con Dios y nombrar lo que da vida más plena a esa relación. No te conviertes en una hermana debido a la falta de opciones, al igual que supuestamente no permaneces soltera porque nada mejor ha llegado. Te comprometes a un modo de vida basado en la forma en que tu relación con Cristo te llama.
La vida en soltería y la vida religiosa cada una tiene sus propios dones y desafíos; cada una es una vocación única con sus propios aspectos únicos.
La vida comunal
La vida en comunidad es una de las principales diferencias entre una vida religiosa y una en soltería comprometida. La comunidad es clave para la vida religiosa. Se fomenta el crecimiento espiritual de forma individual e interpersonal. Las hermanas viven en comunidad para poder llevar la comunión al mundo.
La vida en común ayuda a mantener un estilo de vida de oración. La oración es esencial para toda vocación, y para mí como religiosa con votos, la oración es la fuerza elemental de mi vocación. La oración compartida reúne a mi comunidad religiosa en varias ocasiones durante el día para orar. Cada orden religiosa de hermanas tiene su propio estilo y manera de orar, pero a través de las congregaciones todas comparten un entendimiento de que no se puede vivir una vida religiosa sin la oración personal y comunitaria. Mi comunidad crece junta y en relación con Dios mediante la oración.
A medida que nos apoyamos mutuamente en la oración, la vida en comunidad nos ayuda a fomentar el llamado radical de seguimiento a Cristo vivido por los votos religiosos. Nos exigimos mutuamente. Como hermana, tengo el constante desafío y aprendizaje de vivir en unión y amor, no sólo al servir a los más necesitados, sino con las personas más cercanas a mí, las hermanas con quienes vivo.
Las religiosas deben aprender a vivir juntas y a esforzarse por seguir las enseñanzas de Cristo juntas, al igual que hicieron los primeros discípulos. Cada persona en una comunidad aporta su propia personalidad, y es uno de los regalos y luchas de la vida religiosa. En los mejores días, la vida comunitaria es una bendición; en los más difíciles -cuando alguien está de mal humor, o cuando te están criticando, o cuando toca una reunión de manejo de la casa-, la comunidad ofrece oportunidades para el crecimiento. Somos testigos de la paciencia, la confianza y la compasión a la que Jesús nos llama.
Al vivir juntas nos apoyamos y desafiamos unas a otras a través de las alegrías y las penas de la vida. La comunidad nos ofrece, a mis hermanas y a mí, compañeras para el viaje. No somos familia, sin embargo, la vida en comunidad nos da la oportunidad de vivir intencionalmente a través de decisiones compartidas respecto a lo que significa vivir una vida de simplicidad, servicio y oración como un grupo.
Tales decisiones y la vida comunal se basan en dos cosas: nuestro carisma y nuestros votos.
Carisma y votos
Cada congregación de hermanas tiene un carisma único (es decir, la manera en la que un grupo vive su llamado del Evangelio). Desde las Hermanas Franciscanas hasta las Hermanas de San José, de las Adoratrices de la Sangre Preciosa a las Esclavas del Sagrado Corazón, cada comunidad aporta su propio sabor único a la manera en que sus miembros viven el Evangelio, uniéndolas en su vida como hermanas religiosas.
Así como el carisma une a las hermanas en comunidad, la profesión pública de los votos fundamenta y distingue nuestras vidas a través de nuestro testimonio público al Evangelio. Mientras que una mujer que vive una vida de soltería puede hacer sus propios compromisos, una hermana se compromete a vivir una vida de acuerdo con los "consejos evangélicos" (o votos) de castidad, pobreza y obediencia. Estos votos ayudan a definir la vida religiosa. En la pobreza, castidad y obediencia, doy mi vida por completo a Dios, dando testimonio de algo más grande que yo, afirmando mi dependencia exclusiva de Dios.
Los votos reflejan la forma en que las hermanas están llamadas a vivir y amar. En la pobreza, elegimos vivir simplemente, proclamando nuestra dependencia sólo de Dios para todo lo que realmente necesitamos en la vida. En la castidad, declaramos el único amor al que realmente nos damos, que es el de Dios, un amor del que proviene cualquier otro amor. Y en obediencia, hacemos voto de escuchar con atención a la llamada de Dios y las formas en que el Espíritu está activo en nuestras vidas, comunidades y el mundo.
Testimonio público de la fe
La profesión pública de los votos es vivido por hermanas diariamente. Tener el título de "hermana" antes de tu nombre te hace un testimonio público de la fe. Tú eres una representante pública de la iglesia, tu congregación y de la fe en acción en cada momento.
Esto es cierto, tanto si una hermana lleva un hábito distintivo, como si no. Ser una hermana es diferente de ser una mujer sola comprometida en la forma en la que estás llamada a ser testigo. Como una hermana, mi vida está consagrada a Dios. En mi trabajo como ministro universitario, soy llamada casi a diario por estudiantes y otras personas para compartir acerca de mi fe y de mi historia. Debo recordar que soy una cara de Dios para muchos y que los votos que he hecho públicamente declaran la importancia de mi exclusiva relación con Jesús en mi vida. Este compromiso me hace responsable de quien declaro ser y me llama a la autenticidad en todo lo que hago.
La mayor libertad
De vez en cuando, todavía me hacen la pregunta de por qué me hice una hermana en vez de comprometerme a una vida en soltería. "Sin duda, serías más libre", dice el argumento. En cierto modo, lo sería. Libre de las estructuras de la comunidad, podría hacer lo que quisiera. Sin votos, podría vivir en mis propios términos. Obediente a la voluntad de Dios como mujer soltera, podría centrarme en proyectos concretos sin tener que considerar a una congregación.
Todo esto es verdad; todavía podría vivir mi fe, el amor de Dios y ser testigo de algo más grande como una mujer soltera. Sin embargo, para mí, ser fiel a mí misma es la mayor libertad que hay, y yo soy más verdadera a mí misma como una hermana. A la pregunta de por qué, mi respuesta es: "Mi vida entera".
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